Hace
dos años, en Mayo, sobre el 18, tendría que haber nacido mi pequeña Luna, sin
embargo, no pudo ser, estaba tan profunda y fatalmente enferma que su marcha se
produjo varios meses antes de esa fecha.
Cuando
echo la vista atrás y veo todo el camino recorrido, todo lo vivido, el profundo
pozo que hemos tenido que escalar para volver a la superficie de la vida, me
inunda una profunda sensación de melancolía. Creo que siempre dolerán los
sueños, las ilusiones que nunca pudieron ser, que jamás serán. Sé que no tendré
a mi hija jamás en mis brazos, que no podré abrazarla, mimarla, acunarla, darle
de mamar, reír con ella, verla jugar con su hermana, compartir nuestras vidas. La
echo de menos, también añoro lo que no pudo ser. Sin embargo, también
soy consciente de que esa nostalgia que albergo al recordar todo el proceso
vivido no es negativa. Comprendo que
estos destellos de melancolía, mi cuerpo, mi mente y mi espíritu los utilizan como
recurso para afrontar la muerte de mi hija, para recordarla, para sentirla y
sobre todo para entender el inmenso Amor que albergo hacia Luna, mi Niña del
Agua.
Mi
melancolía es breve, una sensación momentánea que dejo que inunde mi cuerpo,
que entre en mi mente y que toque mi alma. Cuando llega, no deseo ni
rechazarla, ni apartarla, la vivo, la siento, la comprendo. Cuando llega, me
dejo llevar por ella porque sé que me va a traer recuerdos que tengo que tener
presentes, que tengo que asumir, que debo pensar y comprender.
Cuando
perdemos a un ser querido, cuando estamos preparadas y emocionalmente maduras, para
llegar a alcanzar, en nuestras vidas,
serenidad y sosiego, tenemos que enfrentarnos y asumir nuestros recuerdos
más dolorosos. Por supuesto, estos recuerdos siempre vendrán aparejados de
sensaciones de melancolía, de tristeza, de nostalgia, pero, sabremos que
podemos admitirlas e integrarlas en nuestro yo sin que sigan siendo dañinas para
nosotras. Duele, siempre dolerá, ahora lo sabemos, pero el dolor lo hemos aceptado, lo hemos integrado y ya no nos impide avanzar y seguir nuestro camino.
El dolor está ahí, no podemos obviarlo, pero sí que podemos desmontar la carga
destructiva que le otorgamos y que nos impide seguir adelante, que nos ancla y
nos esconde en un rincón y no nos deja avanzar. El dolor existe, siempre
existirá, pero nosotras podemos cambiar la relación que mantenemos con él,
asumiéndolo, enfrentándonos y afrontando nuestras vivencias más dolorosas y
terribles.
La
vida es un todo, un popurrí de Amor, alegrías, penas, dolor, tristeza,
felicidad, risas, llantos, enfados, reconciliaciones, sensaciones, emociones. La
vida es un todo y como tal, debemos tomarla, aceptando, sintiendo,
emocionándonos y viviendo esa totalidad.
Texto: Elena Mayorga
Pintura: Christian Schloe
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