Daniel
nació como un bebé mamífero, libre e indómito. Nació sin imposiciones, sin
restricciones, gozando de su tránsito, de su camino, de su condición, de su Ser.
Daniel
nació, mamó, se dejó arrullar, mimar, oler, besar, acariciar y Amar.
Daniel
Amó, fue Amado y siempre será Amado, con un Amor eterno, creciente, expansivo y
puro.
Daniel
nació y al poco, se marchó.
La
maternidad, la paternidad, el Amor fraternal, a veces toman vías intransitadas por
la mayoría de las familias. En el lugar del gozo, de las ilusiones, del futuro,
se imponen el dolor, la pena, la angustia, el ayer y el recuerdo.
Sin
embargo, esto sólo ocurre durante un breve lapso temporal, aunque el dolor y la
pena siempre estarán ahí, la marcha de los Niños del Agua, de los niños del
Amanecer, como Daniel, al cabo, se transforma en bondad, empatía, generosidad y
en un derroche de Amor hacia el resto de la humanidad.
Carmen,
José, Pablo, la Mamá, el Papá y el hermano de Daniel son una inspiración para
todas las personas que tenemos la suerte de conocerles. A pesar del duro
tránsito que están atravesando, siempre tienen una mirada cariñosa hacia todo
el mundo, una buena palabra, un gesto amistoso y un Amor generoso e ilimitado para
repartir y ofrecer.
Daniel,
su bebé, siempre estará en sus corazones, en los nuestros, recordándonos que no
debemos juzgar, que el tiempo es sólo una entelequia a la que vence el Amor.
Todos somos Uno bajo el sol, bajo, la Luna, bajo las estrellas. Los del ayer,
los del hoy, los del mañana, todos los seres somos Uno.
Queridos
Carmen, José, Pablo y Daniel, gracias. Gracias, por mostrarnos el camino de la
bondad, de la generosidad, del Amor puro, desinteresado, Universal. Gracias.
Con
todo mi Amor, cariño y admiración,
Elena
A
continuación os dejo el conmovedor escrito en el que Carmen, la Mamá de Daniel,
relata la historia de su bebé del Amanecer.
Para
saber más de esta maravillosa familia podéis visitar su blog http://remamaradentro.wordpress.com
DANIEL
MI
NIÑO DEL AMANECER
El 29 de abril de 2012 mi esposo y yo
comprobamos con gozo que yo estaba embarazada, sería nuestro segundo hijito/a.
Al primero que hicimos partícipe de esta buena noticia fue a nuestro hijo
Pablo, que ahora se convertía en hermano mayor.
El embarazo fue un tiempo hermoso
personalmente, como pareja y en familia. Estábamos llenos de alegría por tener
otro hijo, además ilusionados de tenerlo en otro país, Perú. Superé la
nostalgia de la tierra, de la familia y los amigos que
sentimos los extranjeros cuando vivimos momentos tan transcendentes lejos del
hogar. Me preparé, nos preparamos, y nos rodeamos aquí de gente maravillosa que
nos acompañó.
Encontramos un equipo de profesionales que
trabajaban para hacer partos respetados. Ellas me hicieron todo el seguimiento
de mi embarazo. Como todo transcurrió sin ningún problema decidimos parir en
casa.
A las 39 semanas y dos días de gestación me
puse de parto. El día 22 de diciembre por la mañanita eché el tapón mucoso.
Estábamos serenos y felices. El día anterior el ginecólogo me había hecho una
ecografía y nos había dicho que estaba todo bien. Avisamos a nuestras familias
y amigos de España que encendieron sus velitas para acompañarnos. Llamamos a la
matrona para que estuviera preparada y avisara al resto del equipo, una médico
y dos doulas. Pasamos el día tranquilos, preparamos las cosas que necesitábamos
para el parto en casa, bailamos, nos tomamos fotos… que poco quedaba ya para
que Daniel naciera y estuviéramos los cuatro juntos, de otra manera… Jose, mi
esposo, preparó un rico puchero, con hueso de jamón que nos había mandado mi
madre, así nos sentiríamos un poco más cerquita de nuestra tierra.
Habíamos preparado a Pablo en el caso de que
estuviera despierto durante el parto. Almorzamos juntos y después Pablo se
quedó dormido. Jose y yo pasamos la tarde tranquilos, las contracciones cada
vez eran más fuertecitas y seguidas. Avisamos a la matrona y todo el equipo
llegó a las 11 de la noche. Pablo se despertó a esa hora. Jose le dio de cenar
con ayuda de las doulas. Me exploró la matrona y estaba ya de 5 cm de dilatación.
Estábamos en mi habitación, rodeada de mi
música y bajo la luz de las velas que me habían mandado desde España mis
queridas mujeres, madres y hermanas del corazón.
Mi esposo me susurraba al oído, me acariciaba
y me daba masajes. Yo iba cambiando de postura y recordaba eso que me habían
dicho para mi primer parto: “cada contracción una menos para verte”. Pablo
terminó de cenar y también se vino a la habitación a acompañarnos, me daba
besitos y me acariciaba. A las 2 y 14 de la madrugada del día 23 de diciembre
de 2012 nació mi pequeño Daniel. Lo recibió su padre y me lo pasó a mi, lloró
un poquito. Tenía sus ojos abiertos, eran color de cielo. Me lo pusieron al
pecho. Al poco empezó a mamar en mi pecho izquierdo. Pablo que estaba a mi otro
lado mamó también un poquito del derecho. Qué felicidad más grande, mis dos
hijos en mi pecho, bajo mi regazo.
Daniel siguió en mi pecho. Pablo cortó el
cordón umbilical en un gesto que llenó el ambiente de más ternura aún y que
nuestro hijo no olvidará nunca. Alumbré la
placenta sin dificultad. Daniel se había quedado dormido. A las 4 de la mañana
la matrona, que había estado cosiéndome los puntos, lo notó demasiado quieto.
Cogió a Daniel y lo vió raro, demasiado dormido. La matrona, junto a la
doctora, lo auscultaron, parecía que su corazón no latía… Empezaron a reanimarlo. Avisaron a mi esposo que estaba
en el salón llamando a nuestras familias de España diciéndoles que todo estaba
bien. Jose también ayudó en la reanimación. Yo no paraba de rezar. Después de
una media hora de reanimación, no se pudo hacer nada más. Estaban saliendo los
primeros rayos de sol, mi esposo me cogió de la mano con nuestro hijo Daniel en
brazos y empezó a rezar: “Por la entrañable
misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para
iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar
nuestros pasos por el camino de la paz”…
En ese momento no pude llorar, mi cuerpo
tenía demasiadas endorfinas… Solo me decía a mí misma que la muerte no podía
tener la última palabra y que el AMOR era más fuerte.
Después vino la locura de tener que tomar
decisiones tan duras sobre cómo y dónde enterrar a nuestro hijo y fueron muchos
los horribles trámites que tuvimos que hacer. En todo ese huracán recuerdo como
un bálsamo en mi alma rota, el grito de desgarro y de dolor de mi madre cuando
la llamé por teléfono para decirle la noticia. Ella expresó, le puso voz, a mi
dolor. También guardo como tesoro en mi corazón las palabras y la cercanía de
Isabel, la que iba a ser, la que realmente es, la madrina de mi hijito Daniel.
Ella a pesar del desconcierto tan grande se tumbó a mi lado en la cama y me
dijo: “cuéntame tu parto”. Me ayudó a conectarme con la grandeza y el milagro
de la VIDA.
No me quise cortar la leche porque para mi
significaba negar lo que había pasado: yo había parido… Además, mi hijo mayor
Pablo seguía tomando pecho, no le iba a quitar el pecho de esa forma tan
traumática. Pablo mamaba y me aliviaba, pero él no podía hacerse cargo de tanta
leche. Con mucho dolor, sobre todo en el alma, me tenía que levantar por las
noches para vaciarme un poco los pechos. Fueron momentos muy duros, muy
dolorosos, pero poco a poco fueron pasando los días lentamente.
Con el paso del tiempo, el mucho dolor que
hemos vivido se está transformando poco a poco en paz. Su lugar nunca nadie lo
podrá ocupar y mi amor por Daniel, mi niño del amanecer crece cada día. Poco a
poco vamos aprendiendo a dejarnos querer también por Daniel, que en la “otra
orilla” nos espera. Como me dijo una querida amiga, nuestra maternidad es una
“maternidad diferente”. Nuestros niños del agua y del amanecer, en su corta
vida, nos traen un mensaje de amor y esperanza y son un puente entre el mundo
visible y el invisible, entre el cielo y la tierra. Desde la “otra orilla” nos
susurran, nos hablan al corazón…, ojalá nunca dejemos de escuchar su voz.
Carmen
Mª Martín Cortés
Arequipa,
4 de junio de 2013
gracias, carmen. leyendote he recordado y sentido la dulzura de tu barriga cuando acariciaba y saludaba a Daniel. y te recuerdo sonriendo cuando Daniel y tú hablábais en secreto a través de sus patadas...la misma sonrisa que brillaba en tu cara cuando me contabas cómo fuiste encontrando la postura para que Daniel viera la luz de este mundo. Dónde poner tanta felicidad vivida con Daniel...En nuestras vidas y en las de aquellos que nos rodean. Yo temía no ser una buena comadre. Y ahora Daniel se encarga de enseñarnos y darnos el tesoro de querernos para siempre, comadre. Te quiero.
ResponderEliminarhola excelente carmen ! me emocione mucho al leerlo. gracias por escribir algo tan bello Suerte! mensajes gratis
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