sábado, 2 de febrero de 2013

Los padres también lloramos



Al hablar de pérdidas gestacionales, todos asociamos estas terribles vivencias al dolor físico y emocional de las mujeres que las sufren. No hay duda de que la madre es la que padece la marcha de su bebé de manera más dolorosa y la que experimenta con mayor intensidad, tanto física como emocionalmente, su pérdida. Sin embargo, también los padres, aunque se tienda a obviar este hecho, sufrimos un enorme desgarro interior por la pérdida de nuestro anhelado bebé. 

En más de una ocasión, me he encontrado con personas que me han comentado que los padres no pueden comprender o no sienten lo que significa perder a un bebé. No dudo de que esto pueda ser así en algún caso concreto, pero decir que los hombres no sentimos las pérdidas de nuestros bebés, me parece exagerado e irrespetuoso para con nosotros. 

Si bien es cierto que a los hombres, culturalmente, se nos educa para controlar las emociones y no dejarnos llevar por ellas (aún resulta frecuente escuchar aquello de “los niños no lloran” o “venga, tienes que ser un machote”), también es una realidad el hecho de que cada vez somos más los padres implicados en la crianza de nuestros hijos y que, para ello, procuramos conectar con nuestra “recuperada” parte emocional.
Si una pareja está unida, tanto la madre como el padre, comparten la alegría del embarazo, acuden a las revisiones, hacen planes de futuro, etc. La madre es la que tiene el papel importante, pero el padre ayuda, acompaña y, por supuesto, comparte la emoción de todo el proceso. 

Cuando un embarazo se interrumpe, es obvio que la madre es la que más sufre la pérdida del bebé que ha gestado dentro de ella, con el que ha compartido su cuerpo, vivencias e intensísimas emociones. Sin embargo, ante la pérdida, también el padre siente que algo se quiebra en su interior, que todas las esperanzas e ilusiones que ambos tenían como pareja se truncan y que las expectativas que él tenía de experimentar la paternidad se desvanecen. 

Además, al sufrimiento del padre también se le suma otro factor que le afecta particularmente: su pareja le necesita perentoriamente y él debe convertirse, a pesar de su propio dolor, en su mayor sostén y apoyarla en todo el terrible trance que ella está atravesando. Para la mayoría de los hombres es muy difícil mantener el delicado equilibrio entre el desgarro interior, el acompañamiento a su pareja y el sostenimiento de los demás hijos (si los hubiera).

Personalmente, uno de los peores recuerdos que tengo de la pesadilla (de la que nos vamos recuperando poco a poco) que vivimos con nuestra pequeña Luna fue cuando la doctora nos dio la fatal noticia. El impacto de descubrir que nuestra bebé no podía seguir viviendo fue desolador; fue como si se derribaran de un plumazo todas las ilusiones que nos habíamos construido como familia. Pero, unido a ese dolor, también era brutalmente desgarrador tener la certeza de que Elena, mi pareja, mi compañera de vida y la persona que más amo en este mundo junto a mis hijas, estaba viviendo el peor momento de su vida mientras yo no podía hacer nada por evitárselo. Para mí fue demoledor no poder aliviarle a Elena una pizca del sufrimiento que estaba sintiendo.

En el doloroso proceso de la interrupción y en los posteriores meses de duelo, fue primordial pasar juntos todo el tiempo posible. Hablamos mucho, lloramos todo lo que necesitamos, descargamos todas las emociones acumuladas para, finalmente, poder asumir (porque algo así nunca se llega a superar) el profundo cambio personal que nos ha supuesto esta tremenda experiencia. Hemos sufrido mucho con nuestra pequeña Luna, pero también hemos aprendido y hemos madurado como personas, y esto no hubiera sido posible sin una total implicación emocional. 

Sé que, aún hoy en día, muchos hombres se desentienden de estas tremendas situaciones y dejan que sus parejas atraviesen solas el dolor de la pérdida y el lento proceso del duelo. Incluso, conozco hombres que le han dicho a sus parejas cosas como “llora durante una semana, pero no más”. Quizás estos padres, por sus propias inseguridades y miedos, no son capaces de conectar con lo que sienten en esos momentos y prefieren ponerse una coraza frente a las emociones de la pérdida. Pero, también es cierto que cada vez somos más padres los que acompañamos a nuestra pareja en todos los procesos relacionados con la maternidad, incluyendo las pérdidas gestacionales y perinatales.

Como decía al principio, es obvio que la madre es la que más dolorosamente vive el proceso de la pérdida. Ella es la que más ayuda necesita y no es mi intención restarle protagonismo. Sin embargo, también es importante hablar y visibilizar la situación de los padres. Nosotros también sentimos cómo se desmoronan nuestras ilusiones y se tambalea todo nuestro Ser cuando perdemos al bebé que estábamos esperando.
Del mismo modo que reconocemos el valioso papel del padre como acompañante y sostenedor en todos los aspectos relacionados con la maternidad, también tenemos que darle el apoyo que necesita en momentos tan dramáticos como las pérdidas gestacionales y perinatales.

9 comentarios:

  1. Conocí este año a un hombre que no sólo perdió a su hijo en el parto, sino que estuvo a punto de perder a su mujer por terribles complicaciones (a raiz de las cuales murió el pequeño). Su mujer pasó más de un mes ingresada, las primeras semanas debatiéndose entre la vida y la muerte y él, como bien explica Ramón, se dividió entre su propio dolor por haber perdido a su hijo, su miedo a perderla y el sostén de su otro hijo que estaba con los abuelos y a quien habían dicho que volverían "en un par de días con el hermanito". Cuando su mujer llegó a casa todavía pasó tiempo en cama y él se hizo cargo de TODO. Y todavía dicen que los hombres no se implican... Habrá quienes se impliquen y quienes no. Mi marido se ha hecho cargo de mi, de mis emociones, de mi bienestar físico y emocional tanto en la pérdida que vivimos hace 8 años, como cuando me ha tocado pasar por quirófano después.
    Los hombres se implican, claro que sí, sólo hay que dejarles espacio para hacerlo.
    Gracias Ramón por escribir este texto tan bello. Mónica

    ResponderEliminar
  2. Qué reconocimiento tan necesario, Ramón. Creo que esos "machos" que "no lloran" son vestigios del pasado y cada vez más hombres os deshaceis de ellos para vivir y sentir de una manera mucho más saludable.

    Mi marido ha sido mi pilar y mi apoyo en este duro trance y lo seguirá siendo. Los dos hemos perdido una hija, la pérdida es la misma, ¿Cómo lo iba a ser menos?

    Y sí, la pérdida es mayor para la mujer que sufre todo el proceso físico, pero la mujer también es la que disfruta del embarazo, siente los movimientos y la caricia de su bebé en su interior. Para mi las recompensas que he vivido han estado a la altura de lo perdido y supongo que para mi marido también.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. @ Mónica: Muchas gracias por tus palabras, tu opinión es muy importante. Me alegra que te haya gustado.

    @ Eloisa: gracias por tomarte un tiempo para escribir, en estos momentos tan duros para vosotros. Os tenemos muy presentes y os mandamos un fuerte abrazo.

    Coincido con vosotras en, que cada vez más, los hombres están más conectado con su mundo emocional. Este debe ser el futuro: hombres que comparten con sus parejas, tanto los buenos como los malos momentos.

    ResponderEliminar
  4. Hola Ramón:

    Cómo me ha emocionado tu testimonio, cómo me gusta leerte y ver cómo puedes expresar tus emociones, hablar de ellas y mostrarte. Ojalá esto llegue a los hombres, que como dices, "por sus propias inseguridades y miedos, no son capaces de conectar con lo que sienten en esos momentos y prefieren ponerse una coraza frente a las emociones de la pérdida".

    La negación (de la pérdida) es un mecanismo de defensa que en ocasiones ayuda a quién lo vive, pero no así a la otra persona afectada por un duelo gestacional ,y que como dices "es la que más dolorosamente vive el proceso de la pérdida". Coincido totalmente en que " Ella es la que más ayuda necesita y no es mi intención restarle protagonismo. Sin embargo, también es importante hablar y visibilizar la situación de los padres. Nosotros también sentimos cómo se desmoronan nuestras ilusiones y se tambalea todo nuestro Ser cuando perdemos al bebé que estábamos esperando".

    Tu artículo, que permíteme comparta, ojalá ayude a muchos hombres a plantearse su derecho a conectar con esa parte emocional, para poder expresar su dolor, abiertamente, y comunicarlo a su pareja, en estos procesos de duelo por pérdida.

    Te envío un cariñoso abrazo y mi más sincero agradecimiento por tus palabras en este artículo.

    ResponderEliminar
  5. Gracias, Mar, por tus palabras tan amables !

    Por supuesto que puedes compartir. Ojalá llegue a otros padres y les ayude a abrirse para liberar sus emociones y poder acompañar adecuadamente a sus parejas.

    Un abrazo !!

    ResponderEliminar
  6. Querido amigo y hermano del alma. No sabes cómo me han emocionado tus palabras. Eres un hombre sensible, empático y un padre maravilloso. Ojalá tu mensaje llegue a muchos hombres que estoy segura también esconden a seres dulces y comprensivos en su interior, para que dejen aflorar y fluir libremente sus sentimientos, sin miedo y sin vergüenza.
    Un fuerte abrazo desde el corazón
    Jasmin

    ResponderEliminar
  7. Quisiera compartir lo que hace un tiempo escribí para el papá de mi hija...

    domingo, 16 de junio de 2013

    El Papá de Mora (Celebrando el día del Padre)

    En el día del Padre mi reconocimiento, agradecimiento y todo mi amor para el padre de mi hija:


    EL PAPÁ DE MORA

    El papá de Mora la besaba a través de la panza.
    El papá de Mora le hablaba desde que ella era muy pequeñita.
    El papá de Mora bromeaba que cuando ella naciera y lo desplazara de su lugar en la cama grande, se iría… ella a la cuna! (sabía que eso jamás sucedería)
    El papá de Mora soñaba con tenerla en sus brazos y se imaginaba llevándola a la escuela.
    El papá de Mora lloró de emoción al verla en una pantalla durante la ecografía mientras ella se quería agarrar una patita!
    El papá de Mora escuchaba atentamente durante horas y horas mis hallazgos sobre parto respetado, ley 25929, maternidad consciente, oxitocina, cordón umbilical y cuanta información yo encontraba en Internet.
    El papá de Mora también dudo, se preguntó, estuvo confundido, aceptó, se alegró y logro amarla.
    El papá de Mora le sacaba fotos a mi panza.
    El papá de Mora ya planeaba construirle algo para que ella tuviese donde vivir cuando fuera mayor.
    El papá de Mora respiró conmigo e hizo ejercicios en clase de yoga prenatal.
    El papá de Mora sintió, con las manos en mi panza, como Morita se quedaba quietitaaaa cuando le enviábamos luz dorada en el ejercicio de una charla de maternidad consciente.
    El papá de Mora recorrió casas y casas viendo cochecitos, bañeras y cunas. Y la soñó dentro de cada una de ellas.
    El papá de Mora había decidido fotografiarle cada gesto, cada sonrisa, cada día, cada año de vida de ella.
    …El papá de Mora sólo le pudo sacar un par de fotos, fotos que jamás, JAMAS, hubiese imaginado que iría a sacarle a su pequeña.
    El papá de Mora estuvo allí, enmudecido, sin poder comprender cuando en otro idioma nos dieron la terrible noticia: el corazón de Mora ya no latía más.
    El papá de Mora pasó horas interminables una madrugada, en un desconocido hospital brasilero. A minutos de la noticia que allí tan sólo quedaban 2 de los 3 que habían viajado, él se enfrentaba a la incertidumbre sobre qué sucedería con la madre de su hija, que también corría peligro.
    El papá de Mora de alguna manera esperó, en soledad, afuera de un quirófano hasta recibir la noticia que la madre estaba bien… y la sugerencia de ver a su niña... verla cómo nunca imaginó que la vería.
    El papá de Mora sintió que el golpe era demasiado duro. Buscó alguien en quien apoyarse y no pudo encontrar a nadie. La soledad era absoluta. Tuvo que sacar una fortaleza desconocida de sí mismo para poder tenerse en pie y continuar.
    El papá de Mora tuvo a nuestra hija en sus brazos. Tuvo su cuerpito chiquito, perfecto, en sus brazos. Cuerpo sin vida, aunque quizás su almita estaba aún rondando por ahí para poder despedirse.
    El papá de Mora tuvo la terrible tarea de comprar un pequeño cajón donde el cuerpito de nuestra chiquita descansaría, aunque habíamos soñado que sería en nuestros brazos.
    El papá de Mora vivió lo que ningún padre ni en su peor pesadilla imaginaría vivir: enterrar a su hija.
    El papá de Mora también se pregunta por qué, tampoco encuentra respuestas y aun así intenta continuar viviendo de la mejor manera posible.
    El papá de Mora, la recuerda, la llora, la cuenta entre sus hijas, la extraña, la ama.

    El papá de Mora es el mejor padre que mi hija pudo haber tenido, tiene y tendrá. Hoy y siempre será... el PAPÁ DE MORA!!

    ResponderEliminar
  8. miércoles, 17 de abril de 2013

    Un hombro para llorar

    Este escrito es de agradecimiento y reconocimiento. En especial a una persona, pero en ella quiero incluir a todas y cada una de las que, a su manera y posibilidad, me han acompañado y me acompañan en este escarpado camino que es el duelo.

    Pensar en un hombre que está pasando uno de los mayores dolores y aun así, sin reclamar un sitio para expresar su pesar, me ofrezca sin dudarlo su hombro para que yo lo bañe con mis desconsoladas lágrimas, es un acto de amor incondicional que nunca había experimentado.

    Nada tiene que ver con esas imágenes de amores románticos con los que la publicidad y los cuentos de niños nos han educado. Imágenes que en el transcurso de la vida van cayendo una a una, dejándonos con una sensación (por lo menos a mí) que nos han mentido. Nos han mentido en hacernos creer que de eso se trata, que todo el cuento es en espera de un estereotipado final feliz: ella parte en brazos de un insulso príncipe azul, montados en un reluciente caballo blanco (o alguna otra movilidad más moderna dependiendo época y lugar)!

    Pero jamás nos contaron que la vida puede tornarse oscura, muy oscura, y que el alma puede llorar sin consuelo y ahí, en esa imagen, no hay en donde meter al príncipe y menos aún al blanquito caballo que nos llevará al final feliz. No, la imagen es distinta:

    En una habitación cualquiera, una mujer destrozada y un hombre, también destrozado, permitiendo que el dolor salga en una mezcla de suspiros, angustia y lágrimas.

    Una Habitación donde ella había soñado que tendría a su hija en brazos, donde ya había pensado como modificar la disposición de los muebles para cuando empezara a gatear, a caminar, a correr… donde él había soñado alzarla, imaginando como sería su futuro y sabiendo que haría todo para que nunca nada le faltara. Una habitación que podía ser vista en colores, aromas y sonidos.

    Pero ahora la imagen está en blanco y negro, y la niña esperada no está, y los sueños de tenerla con ellos están hechos pedazos. El silencio traspasa a esos padres en duelo. Están solos.

    Entonces la habitación comienza a volverse gigante, inmensa, inacabable. Y la mujer cada vez se siente más pequeña, más vacía, más débil, tan débil que parece que si no la sostienen en ese instante caerá y quién sabe si podrá volver a ponerse en pie. Y en ese exacto momento él está ahí, parado, frente a ella, con los ojos llenos de dolor. Y ella se aferra a él para no caer, y él la abraza; y ella siente que su cuerpo pesa toneladas y él la sostiene; y él le ofrece generosamente su hombro y ella siente que puede dejar salir su pesar y, finalmente, puede llorar.
    Llora larga, largamente, intensamente, cansadamente. Y su alma se libera un poco de su angustia y, quizás no se lo dice a él, pero ese hombro, ese hombre, en ese instante es lo más parecido a una salvación. Es lo que ella necesitaba, es lo que anhelaba (aunque lo que de verdad anhela no lo puede alcanzar), es lo que le dará un respiro, una tregua, un impulso para recuperar algo de fuerzas e intentar continuar.

    Esa mujer de la imagen soy yo, y el hombre es mi compañero, su nombre es Miguel y es el padre de nuestra hija Mora, la pequeña y dulce Mora.

    ResponderEliminar
  9. Querida Mabel,

    Qué profundidad de emociones transmitidas con signos, con letras, ojalá os pudiera hacer llegar un largo y cálido abrazo allá lejos donde estáis. Vuestra pequeña Mora, un nombre dulce y precioso, perdura en vuestros corazones y gracias a vuestro escrito en nuestra memoria. ¡Qué dura es la vida! A veces esperando lo mejor, la realidad nos arranca de nuestra ensoñación y nos lanza el peor dolor, el más lacerante y curel, la muerte de un/ a hij@, y con su larcha, la partida de todas nuestras ilusiones y esperanzas.
    Os envío todo mi amor y cariño querida amiga,

    Elena

    ResponderEliminar

Gracias por tu comentario. En breve te responderé.